El mosaico debió conservarse durante un tiempo en el Museo de Huesca, aunque actualmente se encuentra desaparecido (HEp 7, 355 y HEp 13, 350).
En un momento cercano a 1897 los fragmentos de este mosaico se trasladaron al Museo de Zaragoza para intentar su recomposición (Fernández Galiano 1987: nº 108).
Junto a los mosaicos se encontraron 18 pequeños bronces de Maximino II, Constantino II, Constante, Constado II, Magnencio, Juliano el Apóstata y Graciano, todos del siglo IV (al que corresponden los mosaicos), la mayorÃa bastante bien conservados; una moneda ibérica de Huesca; dos bronces de la República romana; un denario de la familia Manlia (L, Manlius, proqaaestor el año 81 a.C.); un mediano bronce de Augusto y un gran bronce de Trajano; un pequeño sello en obsidiana, elÃptico, finamente grabada en él una figurilla de guerrero; fragmentos de ampollitas de vidrio, con lindas asas; una cuenta de collar, de vidrio; una hebilla de bronce y la mitad de un anillo de bronce, sencillo y sin exorno, que con los objetos citados perteneció al mobiliario de estas sepulturas.
El lugar se debÃa tratar, por tanto, de una importante necrópolis romana y romano-cristiana, bien calificada por los insignes mosaicos del género sepulcral que en ella he hallado.
La situación de Cillas era estratégica y favorable, entre el rÃo Cinca y la vÃa romana que subÃa de Barbastro hacia El Grado, Castro (La Puebla de Castro), después de salvar el rÃo; Graus, Capella, Roda, Ovarra (grandes monasterios en la Edad Media), Calvera y Bonansa al valle de Aran, después de cruzar el. Noguera Ribagorzana; y la otra calzada, que desde Barbastro iba a la BoletanÃa (Boltaña), por Naval y Ainsa (excelentes puntos de vigilancia). Por tanto, no es de extrañar allà un poblado de cierta importancia. La villa estuvo más al Noroeste, revelándolo los hallazgos fortuitos de ánforas, mármoles, cerámica roja y monedas, en ocasiones diversas. La necrópolis fuera del recinto ciudadano, según el uso recibido entre los romanos y adoptado después por los primeros cristianos.
Las lápidas y mosaicos sepulcrales del poblado romano de Cillas denotan que su florecimiento abarcó los siglos II a V (Arco 1922: 256-254).
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