La frase deriva de Cicerón, De officiis 1, 39, aunque originalmente puede proceder de un poeta más antiguo, Ennio. La utilización de Cicerón por parte de los autores eclesiásticos es bien conocida. Resulta curioso, en cualquier caso, su grafitado en los muros de la iglesia en una época en la que la iglesia del monasterio todavÃa cumplÃa funciones de culto.
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