Se trata del epitafio, redactado en 14 versos acrósticos de la martir Eugenia, cuya festividad se celebra el dÃa de su fallecimiento en la localidad jiennense de Marmolejos. El contenido de las ll. 1-5 resulta difÃcil de interpretar, pues sólo conservamos palabras sueltas, pero a partir de la l. 6 se inicia, como es habitual en este tipo de composiciones poéticas, una laudatio de la difunta en la que se pondera que gracias a sus merecimientos vive en el cielo ( in celo dehinc merita per secula vibens ), para seguir con la indicación de que gracias a su martirio ha merecido la corona de los santos ( rex tribuit cui coronam per secula futura ). Concluye la composición con el ruego de que dirija a los presentes con sus santas señales ( nutibus martir nos manda divinis ).
El vocabulario es el adecuado para este tipo de obras poéticas, destacando ciertas expresiones notables, algunas no atestiguadas hasta ahora, tales como curie sanctorum para indicar la asamblea de los santos o ( sanctorum ) in arce el cielo; el martirio es descrito de una forma llena de poesÃa y simbolismo, asÃ, se inicia el párrafo con la expresión mercede pulsa , indicación de que la santa no ha cedido ante la invitación a salvar su vida mediante la renuncia a su fe católica, por lo que ahora brilla bajo la luz celestial ( rutilo sub sole coruscat ), gozando de la Gloria como recompensa por su sangre derramada ( sacri gloriam mercede cruoris ). No deja de sorprendernos la frase rex tribuit cui coronam per secula futura con la designación de Dios como rex . Por último, la posición del verbo iugulatur intercalado dentro de la fecha concede al mismo un relieve extraordinario con el que se intenta resaltar de forma notable que la santa habÃa sido degollada.
La refencia a la decapitación de Eugenia en el año 923 nos lleva a pensar en una nueva persecución de los cristianos llevada a cabo por Abderramán III, continuación de la mantenida años antes por sus predecesores Abderramán II (822-852) y Muhammad I (852-886), prueba de ella serÃa, por un lado, el martirio de la hija de Omar Ibn Hafsun, Santa Argentea, que fue degollada el año 931 (Dufourcq, 1978: 232-233; 1979: 14, 17), y por otro, que la emigración de mozárabes a los reinos cristianos no sólo no se detiene en ese ‘idÃlico’ siglo X, sino que se incrementa, como vemos por la proliferación de nuevos monasterios en el reino de León fundados por monjes huidos de al-Andalus, como San MartÃn de Castañeda (921), San Miguel de Escalada (913), San MartÃn de Castañeda (921), San Cosme y San Damián de Abellar (921, donde se menciona a un abad cordobés de nombre MartÃn), San Cebrián de Mazote (antes del 916). En efecto, aunque las fuentes son algo contradictorias en lo que respecta al comportamiento de este califa con los mozárabes (Dufourcq, 1979: 209-212; Cabrera, 1991, 11-15), sà nos consta que fue uno de los más crueles de la dinastÃa, comparable a su antepasado al-Hakam I «el tirano del Arrabal», y que en el desarrollo de sus campañas de pacificación fue en algunos casos extremadamente cruel, como ocurrió con la toma de Belda, donde mandó decapitar a los cristianos residentes en ella por haberse negado a entregarle la plaza, no obstante, según Ibn Hayyán fue generoso en otras ocasiones. Las fuentes cristianas son igualmente contradictorias y asÃ, mientras Roswitha de Gandersheim le acusa de crueldad con los cristianos, Juan de Metz, por el contrario, menciona el testimonio del obispo mozárabe de Córdoba que, aun admitiendo las tribulaciones que pasaba la comunidad cristiana, admite que el trato dado por las autoridades musulmanas a ésta era más fluido que el mantenido con la otra comunidad de dhimmÃes , los judÃos (Cabrera, 1998: 37, nn. 56-58). Sin embargo, no podemos olvidar que en muchos casos los obispos cristianos actuaban en realidad más como colaboracionistas de los califas que como defensores de sus fieles. Recuérdese el caso bien conocido del obispo de Sevilla, Recafredo, que actuó en estrecha colaboración con las autoridades musulmanas en las persecuciones de Abderramán II.
Eugenia es nombre de origen griego, siendo famosa entre las santas con este nombre Santa Eugenia, que murió decapitada en Roma o AlejandrÃa el 24 de diciembre del año 258 en las persecuciones de Galieno y Valeriano. (González Fernández, 2016, p.37-40)
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