La tésera representa una cierva, cuya parte con bulto mira a izquierda, pero tiene la cabeza vuelta hacia atrás. Su cabeza resulta muy pequeña en comparación con el cuerpo, es triangular y redondeada. Se aprecia el ojo y sobresale una oreja grande y dispuesta casi verticalmente. En esta cara se ven dos hendiduras (¿escocias?) que dividen el animal en tres partes: la cabeza y el cuarto delantero, la parte central en forma trapezoidal y el cuarto trasero con un rabo corto hacia abajo (característico de los cérvidos). En la cara plana aparece el epígrafe en alfabeto latino.
Los editores hacen referencia a varias piezas dentro del mundo céltico y fuera de él que confirman que el animal representado es una cierva con la cabeza vuelta. Estas son: la figurita de Ràkob (Hungría); las ciervas que aparecen en las fíbulas argénteas oretanas de tipo La Tène II evolucionado, como la de Cañete de las Torres (CO), la de Chiclana de Segura (J), las del tesoro de Los Almadenes (CO), la de Caudete de las Fuentes (V), la de la Muela de Taracena (GU), otra de procedencia desconocida que se halla en la actualidad en el British Museum, así como una fíbula de la colección Levy y White. Todo este material les lleva a considerar también una cierva con la cabeza vuelta la tésera [SP.02.07], procedente, posiblemente, de la provincia de Cuenca, que tadicionalmente es considerada un prótomo de caballo.
Como paralelos estilísticos en cuanto animal estante, dentro del corpus celtibérico de téseras los editores recurren a dos en forma de toro, procedentes de Villas Viejas, al menos en teoría en el primer caso: [CU.01.01] y otra anepígrafa. También hacen mención a una de las téseras de Fitero que interpretan como un toro, [NA.07.01], pero que parece más bien un caballo. Hay otra procedente de Extremadura publicada por los propios autores (Almagro-Gorbea y Ballester 2017), aunque parece muy sospechosa. Para su tripartición, traen a colación [CU.00.01] en forma de suido [Z.04.02] en forma de oso o toro procedente de Arcobriga. Estos imprecisos (sic) paralelos estilísticos les llevan a plantear como la zona de origen de la pieza la Celtiberia meridional, así como a confirmar su autenticidad. Si bien la iconografía de la pieza les lleva a datarla hacia finales del s. II a.e. o c. 100 a.e., el uso de la lengua céltica en alfabeto latino les obliga a retrasar la fecha hasta después de las guerras sertorianas, esto es, a mediados del siglo I a.e., pero sin rebasar el 25 a.e. Quizá la solución esté en plantear una doble cronología: la del soporte y la del texto.
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